Aclaraciones :

Por decisión propia del autor del blog, uséase yo, procuraré no poner enlaces ni fotografías. Si alguna vez lo hiciera, será foto con derecho de autor, que seré yo... Que luego viene el coco y nos cruje. Previsión, mi pequeño saltamontes, previsión.

lunes, 5 de agosto de 2013

Escritos ciclistas: Perdido



Lo que hoy os relato, sucedió ya hace varios años. Como algunos de los que me leéis sabéis ya, soy un amante de las bicicletas, aunque por motivos varios, la tengo colgada y acumulando polvo en el cuarto de los buenos recuerdos. 

Desde chavalín, siempre me gustó el mundo de las dos ruedas. Competitivo como soy, siempre quería ir más y más rápido. Mis queridos padres, contando yo unos dieciséis años, me regalaron una bicicleta de carretera Orbea azul y blanca. Aquella bici no era especialmente ligera, ni especialmente profesional, pero para volar sobre el asfalto y subir pequeños puertos de montaña servía. En aquellos años, era común en mi barrio bañezano de Incovasa, ser los líderes de las modas de la chavalería. Cosa que poníamos de moda en nuestro barrio, se ponía de moda en toda la población. Aquellos años, fascinados por el Tour, el Giro y demás, los chavales nos agrupábamos para hacer nuestras propias "vueltas ciclistas", con sus etapas y sus subidas, sus clasificaciones y sus maillots. Todo muy chulo.

Fue en esa época, cuando comencé a atisbar que tenía posibles como ciclista profesional. Era rápido, constante, subía muy bien, contrarelojeaba de vicio y tenía un elevado aguante. De ahí que mi primer paso fuera apuntarme a una peña ciclista y ver que tal iba la cosa.

Esta historia, sucede un sábado cualquiera. Era mi primera salida ciclista con la peña y estaba nervioso. Nervioso por varios motivos: no conocía a la mayor parte de la gente con la que iba, llevaba una semana escasa en la peña, todos eran mayores ( yo tenía unos dieciocho años ) y no sabía que ruta exacta haríamos.

El caso es, que desde el local de la peña partimos varios coches y furgonetas con las bicis, repuestos y avituallamiento. En principio y hasta donde yo me había enterado, la ruta era desde el pueblo de La Magdalena hasta La Robla, con el puerto de Aralla ( + - 1.500 mts. ) por el medio. Reseñar que subir este puerto en bicicleta no es ninguna tontería. Unos diez kilómetros de duras subidas y curvas sinuosas, un estado de la calzada manifiestamente mejorable y luego toca bajarlo, con la misma pendiente y estado, más o menos.

Una vez allí, el grupo de ciclistas, compuesto de unas quince personas, salimos a pedalear desde La Magdalena dirección al puerto. El ritmo era bastante bajo a mi parecer, claro que, novato como era no sabía si ese ritmo era el normal de esas rutas o no. El caso es que el grupo comenzó a separarse, pues tres o cuatro compañeros de peña consideraron que el ritmo era muy poco intenso. A ellos me uní, deseoso de un poquito de caña y de calentar piernas. Insisto en que apenas conocía a ningún compañero, clave en toda esta historia. De aquella, los móviles eran tecnología megapuntera, de modo que olvidaos de el. 

A poco menos de cinco kilómetros de comenzar a subir el puerto de Aralla, solo quedamos tres compañeros encabezando la expedición y uno de ellos, nos deja en la primera rampa, para coger su cadencia de pedaleo. Miro para atrás y veo que se queda y que el resto de ciclistas hace tiempo que no están a la vista. Opciones: intento subir el puerto fuerte, como el que va delante, o me quedo a ritmo cansino y me espero por el resto. Y si, estimados lectores, ya habréis adivinado que hizo el Tío Pol : tiré mi cuerpecillo delgado y atlético hacia el manillar y me dispuse a coger al compañero "escapado". 

Hacia mitad del puerto, le seguía aguantando, pero el cabrito quería guerra. Con más experiencia y cuerpo que yo, este me fue dejando atrás, de forma lenta pero constante. Debo de decir, que dejarme a mi atrás en un puerto de montaña, con la edad que tenía, era cosa complicada. Pero lo hizo. A casi dos kilómetros de acabar el puerto, me había perdido. A todo esto, recordé o quise recordar, que en la charla de antes de salir se había hablado de una parada para comer algo en la cima del puerto. Así que una vez arriba, busqué al compañero que me precedía... pero ni rastro. Esperé unos veinte minutos para dar tiempo al resto a que subieran el puerto. Se me hicieron eternos, y lo peor, que no llegaba nadie arriba. 

Situación: yo sabía que teníamos que llegar a La Robla y poco más. Era joven, alocado y tenía ganas de pedalear. Si el compañero ciclista no aparecía en la cima del puerto, era porque había bajado hasta La Robla. Y los demás, ya llegarían. Posiblemente, la decisión sensata era quedarme sentado y esperar. Pero claro, la vida consiste en acumular experiencias ¿ no ? De modo que me subí a la bicicleta y puerto para abajo.

Reseñar que al menos en dos ocasiones estuve a punto de matarme puerto de Aralla abajo. Y es que bajar un puerto de montaña, con demasiadas ganas y sin conocerlo, y dieciocho añitos en el DNI, puede ser contraproducente. Esquivé un par de precipicios antes de calmarme y acabar la bajada tranquilo. Pero... llego a La Robla y... nadie. Ahora el problema comienza a ser peliagudo. Estoy a unos ciento veinte kilómetros de casa, casi la hora de comer, sin comida, dinero ni móvil, llevo perdido más de una hora, no sé donde hemos quedado y no sé  hacia donde tengo que ir ahora. De modo que, me vuelvo a sentar en cruce y espero. Y espero casi otra media hora. Nada. Así que me subo a la bicicleta y me dirijo dirección León, por ese pequeño puerto cuesta arriba que pasa pegado a la central térmica y que en coche se sube taaaaaan bien. Ya a diez kilómetros de La Robla, me paro y reflexiono. Tengo hambre, estoy solo y si sigo recto hacia León, me quedarían unos ochenta kilómetros hasta casa. Y tengo que pasar por León, en bici. No me gusta el plan A y elijo el B. El más lógico en mi cabeza, el más duro en las piernas: me vuelvo a La Robla y me dirijo dirección La Magdalena volviendo a subir el puerto de Aralla, por la otra cara.

A todo esto, mi madre recibía una llamada de teléfono, a eso de las cuatro de la tarde ( había salido de casa a la diez de la mañana ) en la que, desde la peña, le preguntaban si yo había vuelto a casa. Imaginaros la cara de mi madre, con su hijo que no aparece por ningún lado. Afortunadamente, y tras una búsqueda de varios coches y furgonetas por toda la provincia, me "encuentran" una hora después, llegando casi a Carrizo de la Ribera, encima de la bici y pedaleando, claro está. Me quedaban unos cuarenta kilómetros para casa.

Resumen: La ruta que se iba a hacer era La Magdalena -La Robla - La Magdalena. Pero desde La Robla, como luego me explicaron, había una carretera de vuelta que no obligaba a subir Aralla otra vez. Total ruta : 60 kilómetros, aprox. Acabé perdido, subiendo tres puertos, sin comer, y haciendo más de cien kilómetros.

Y ahora, el briconsejo ciclistovital de la semana. Si eres joven y te metes en una peña a pedalear, llévate el móvil, bengalas y unos euros. Si te pierdes, al menos comerás algo. ; )



POL

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